Es verdad que Granada no se caracterizó nunca por el brío industrial, y que el dinero que circulaba por aquí fue, y sigue siendo, el que entraba de las personas que venían a ver la nieve o a perderse por una ciudad que arrastra ahora más que nunca la imagen romántica de los monumentos y los paisajes. De pequeños nos llevaban a las Cervezas Alhambra cuando tocaba el tema de la industria, pero yo sólo recuerdo largos tubos de cobre bruñido que se parecían mucho al órgano de la Catedral y el intenso olor a lúpulo que nos aturdía al poco rato.
Por eso, descubrir que en el Albaicín existió hasta hace no mucho una fábrica de tejidos fue toda una sorpresa. Entre las calles Pagés y Agua, Francisco Ferrer levantó en 1898 la fábrica de tejidos «San Miguel», que durante muchos años suministró telas para sacos, costales, mecedoras, hamacas y albardas para burros entre otras muchas especialidades. «San Miguel» contaba además con un despacho en el centro que se situó primero en la calle Marqués de Gerona y más tarde se desplazó hasta la calle Mesones.
Francisco Ferrer y su familia levantaron un pequeño emporio que llegó a tener hasta cien empleadas y que a juzgar por la documentación conservada gozaron de cuantos derechos laborales pudiera haber en la época.
Libretas de identidad del Régimen Obligatorio del Seguro de Maternidad, capitalizaciones para la ancianidad, mutualidades, montepíos laborales y todo tipo de permisos y reglamentos del Ministerio de Industria conforman varias decenas de cajas que se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Granada gracias a la voluntad de los herederos de Ferrer. Las relaciones de oficios detallan cómo había tejedoras, canilleras, urdidoras, rodeteras o anudadoras, todas divididas en oficialas de primera y segunda, y que según los libros de salarios, una tejedora de primera, ganaba casi la mitad que un oficial de segunda varón. Los contratos de aprendizaje son tan meticulosos que incluso detallan cómo «el empresario también deberá dejarle tiempo prudencial para que pueda cumplir con sus deberes religiosos y cívicos, permitiéndole su asistencia al Frente de Juventudes para que pueda recibir de éste formación integral».
Ya sólo es cuestión de imaginarlas: los dedos que a duras penas sabían estampar una firma en los partes de trabajo o que dejaban su huella dactilar sobre el papel eran los mismos que bregaban a diario en largas jornadas, sentadas en sillas de anea o de pie en una fábrica que a la fuerza debía ser fría y destartalada. Viudas y casadas, con hijos la mayoría. Se llamaban María, Carmen, Angustias, Araceli o Josefa. Todas ellas como pequeñas arañas en la cima del Albaicín tejieron esa parte de la historia tan ignorada como es la de saber quién estuvo detrás de cada objeto que usamos a diario, de las telas y tejidos que soportaron la existencia de los granadinos de hace muchas decenas de años.
Con este artículo pretendo rendir un pequeño homenaje en la semana del 8 de marzo a aquellas otras trabajadoras textiles que fallecieron víctimas de un incendio en Nueva York en 1911.
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Precioso artículo Carmen,me encanta descubrir que Granada no siempre vivió de tapas y vinos, pero que además en el albaicín hubiera esta empresa, y cuántas más historias que se deberían conocer no tiene precio.
cristina
Gracias Cristina! Era una empresa muy pequeña, pero también las cosas modestas pueden, y deben, tener su papel en la historia. Un saludo.
elcarrodeheno
Te recomiendo veas esta empresa que con el paso de los tiempos sigue manteniendo la autencidad de los productos tradionales
http://teixitsriera.com/productos/telas/
cristina
Muchas gracias, Cristina. Es precioso lo que hace esa empresa. La verdad es que el mundo textil es otro arte a descubrir
elcarrodeheno
Hola Carmen, me encantan tus artículos, tan interesantes siempre. Este me ha tocado, ya que mi abuela era bordadora del Albaycin, que comenzó cosiendo para otros, y al final, una vez viuda muy joven y con ocho hijos, montó su propio taller donde empleaba a decenas de mujeres del Albaycin. El taller se conocía como el de «Paquita la Guapa», y los mayores del barrio todavía la recuerdan. Para mi, todo un ejemplo de mujer empresaria y madre. Besos.
raquel ruz
Hola Raquel! Es una historia bonita lo que cuentas de tu abuela. Esas son las historias que me interesan, las de la gente que con su trabajo o su presencia son capaces de cambiar su entorno más próximo. Mi abuela también fue modista, aunque de una forma mucho más modesta, cosiendo con un par de chicas más, creo, en la calle Lavadero de las Tablas. ¡Y lo de «Paquita la Guapa» es casi lorquiano!
elcarrodeheno
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