Creo que pisé La Chana como adulta por primera vez a los veintipocos años. Una especie de seminovio chanero me invitó una tarde a conocer las delicias de unos lugares llamados Teruel y Güejareño, así que caminé en la dirección contraria a la que lo hacía siempre, crucé avenidas que no conocía y siguiendo las instrucciones del chanero bajé una rampa por la que los coches corrían a velocidades supersónicas despeinándome los rizos. Cuando emergí al otro lado y encontré una acera donde caminar comprobé que era un barrio normal, incluso parecido al mío, y recordé que de más pequeña mi padre me llevaba a que un médico de las Torres me mirara la garganta.
Más tarde, todas las veces que he ido a la Chana he tenido que volver a mirar con gravedad los mapas de las marquesinas de los autobuses, y preguntar a varias personas las líneas que me habrían de llevar hasta allí, casi como un viajero decimonónico a punto de comenzar una ruta para el National Geographic.
Sí, la Chana como lugar de suministro de materia prima, de comercio dinámico y de aromas exóticos
Si consideramos que es un barrio limítrofe con el mío y no al otro lado de la ciudad entonces surgen una serie de interrogantes, y todas desembocan en el mismo sitio, en la indignación por la existencia de políticas feroces que aislaron los barrios con altas tapias, vías de ferrocarril o solares baldíos donde anidan las ratas desde hace años.
La Chana era ese sitio de allende las vías del tren y los pabellones militares de donde una conocida de mi familia venía con regalos en Navidad, que siempre era un pijama y un bote de colonia Farala comprados en una tienda llamada «Tejidos La Flor», ese barrio donde la gente iba expresamente a comprar paletillas en el tiempo de las habas y a llenar los maleteros de los coches de sacos de patatas y kilos de fruta.
Sí, la Chana como lugar de suministro de materia prima, de comercio dinámico y de aromas exóticos. Después he tenido muchos amigos y amigas chaneros, y todos ellos conservan el aire del que se ha buscado la vida desde pequeño, pasando una y otra vez bajo las vías del tren para llegar a la ciudad o directamente saltando por encima de ellas.
Si nada lo remedia, los nuevos planes de movilidad y las políticas feroces volverán a condenar a la Chana a su aislamiento de años, a suprimir líneas y paradas de autobuses y a volver a dejar las vías del tren con la tripas al aire. El autobús, ese reclamo para vender pisos que ya existía en los anuncios publicados en 1960.
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