Descubro con sorpresa que la prensa de 1968 es invadida por anuncios de anticelulíticos y fajas para atenuar esos bultos que emergían de las cinturas de los pantalones de campana. Si cotejamos la prensa de veinte años antes encontramos que la palma de la publicidad se la llevaban toda clase de anuncios de cereales enriquecidos, pócimas salutíferas y suplementos alimenticios de todo tipo que venían a cubrir el hambre secular español, azotado hasta el infinito durante los años de posguerra.
Parece que fue verdad, que la población que tuvo acceso a aquellos alimentos selectos durante su infancia desarrolló veinte años más tarde cartucheras y acúmulos adiposos. O es que sencillamente comenzamos a comer mejor y en lugar de pasarnos las tardes trillando en las eras ya teníamos televisores delante de los que sentarnos.
Sí, en 1968 había perfumerías elegantes en las ciudades donde acudían chicas y señoras con mucha laca en el pelo a comprar aquellas cremas, y después corrían a por la faja Turbo de Galerías Preciados, porque quién iba a ponerse un bañador con aquella celulitis.
Pero también, rondando aquellos ¨60 había lugares donde esa palabra aún no había sido mencionada, en las eras ya no quedaba nada que trillar y el marasmo del hambre era una realidad que convivía con el desarrollismo de los No-Dos.
De aquellos años me contó mi padre que había un niño en el colegio del que todos se reían. Su desnutrición llegaba al punto de tener el pelo rubio y fino, muy claro, un pelo que era la causa, según los niños crueles «de no comer nunca tocino». Un pelo que tuvo que ser muy habitual en las cabezas de muchos niños en aquella época. No supe más de la historia, pero ese niño ha sido siempre mi niño yuntero, su historia real me ha asaltado muchas veces para recordarme que no hay que bajar la guardia nunca.
La televisión ahora anuncia suplementos para aquellos niños que desprecian lo que tienen en el plato e ignora las noticias sobre el alarmante crecimiento de la necesidad de mantener abiertos los comedores escolares en el verano. Yo también recuerdo un pasado en que por estas fechas me preocupaba sobremanera el momento bañador y acudía a la pociones milagrosas para superar las inseguridades. Al final la vida le define a uno las prioridades mejor que cualquier cosmético.
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