Cualquier tiempo pasado no fue mejor, ciertamente. Mi profesión me ha hecho mirar con cariño y curiosidad hacia el pasado, pero sin el menor atisbo de nostalgia o de añoranza de tiempos en los que había más educación, o más valores, o los niños jugaban en la calle o la fruta olía a fruta. Los tiempos son los que son, y cada uno trae consigo su carga de experiencias buenas y malas. Es más, esas malas épocas las recordamos muchas veces como momentos en los que crecimos y nos hicimos más fuertes.
Hace pocos días me enteré que a Eric Jiménez se le había concedido la Medalla al Mérito de la Ciudad de Granada y eso me hizo volver la vista atrás unos veintipocos años. En aquella época Eric además de ser ya un brillante batería era un tío currante que regentaba un bar llamado el Gallo de Oro, adonde íbamos estudiantes holgazanes como yo a la salida del instituto a tomarnos una cerveza con su tapa estrella, un «Mallorquín». Nada de moderneces, el Gallo de Oro tenía cortinas alpujarreñas con cierta pátina de grasa y mesas y sillas de madera rudimentarias.
Las carocas del Corpus de 1985 anunciaban el cierre de las cuevas donde ensayaban los grupos
La música emergía como un fenómeno natural y las carocas del Corpus se hacían eco de una noticia tan relevante como el cierre de las cuevas donde ensayaban grupos como 091. Para el que no lo sepa o no haya estado nunca eran un lugar al comienzo de la carretera de Murcia que aún conserva una puerta oxidada empotrada en la roca viva. A partir de allí se abría un largo pasillo oscuro a donde daban las puertas de las diferentes cuevas, y un asiento trasero de coche hacía las veces de sofá de bienvenida. Hoy los matorrales crecen en su entrada y debería ser lugar de obligada peregrinación para todo el que se precie de amar la música «made in Granada».
Compré los discos para sentirme menos sola en el Madrid de mis 18 años
La semana pasada, guardando mantas en un altillo rescaté varios discos de vinilo, los primeros de 091, La Guardia y Lagartija Nick. Recuerdo que los compré una tarde de julio en la Gran Vía de Madrid en una tienda enorme de discos que ya no existe. Pasaba el verano trabajando de canguro y decidí comprarlos para sentirme un poco menos sola en aquel Madrid lejano de mis dieciocho años. La batería de Eric sonaba entonces en el equipo de música de un piso del barrio de Salamanca, y las guitarras distorsionadas de los Lagartija retumbaban por aquel ojo de patio tan fino.
Los años han pasado y afortunadamente todo aquello no solo no fue un espejismo, sino que fue el caldo de cultivo, la sopa espesa en la que se cocinaron y alumbraron el resto de grupos que hacen de Granada un lugar un poco más soportable. Y aunque me contradiga con el comienzo de la entrada, sí es verdad que a veces recuerdo un tiempo en que los protagonistas de las carocas no siempre fueron los toros, los mítines se cerraban siempre con un concierto y todo en general tenía el aire nuevo e inocente de lo recién creado.
Me ha encantado!!
Eric Jimenez