04
junio

Mariana, amor de madre

Hija-Mariana Pineda.

«Hija natural del excmo. sr. don José de la Peña y Aguayo y de doña Mariana Pineda» (*)

No muy lejos de donde el lunes se izaron banderas tricolores murió una mujer a causa de bordar la bandera de la libertad, según ha rescatado el acervo popular con la ayuda del teatro lorquiano.

Siempre las banderas, las de los equipos de fútbol, las de los países, los territorios, las ideas y las consignas. Las falsas y las verdaderas. Las reales y las imaginarias. Envolverse y arroparse en ellas, doblarlas litúrgicamente, desplegarlas con júbilo o quemarlas con odio.

De pequeña muchas tardes vi como arriaban la bandera de la antigua Capitanía desde las ventanas del convento de las Carmelitas Descalzas. Un soldado tocaba una corneta con una melodía fúnebre, se tiraba de una cuerda y luego se doblaba la bandera hasta el día siguiente. De todo aquello lo que más me preocupaba era el mecanismo de la cuerda y la garrucha, que yo trataba de imitar en el tendedero de mi casa.

Mariana Pineda, imaginada mil veces bordando la bandera liberal, sin saber que cada puntada era una vuelta de tuerca del garrote vil que acabó con su vida muy cerca del Triunfo. Mariana Pineda en el libro de Antonina Rodrigo, con el lomo azul en la librería de mi casa delante del cual he comido durante decenas de años sin que me entraran ganas de abrirlo.

Mariana Pineda en los dibujos torpes e infantiles de Federico en sus apuntes para teatro

Mariana Pineda en los dibujos torpes e infantiles de Federico en sus apuntes para el teatro, líneas temblorosas de señoritas con cancán en azoteas con balaustradas. Siempre supe muy poco o casi nada de ella. Hace muy pocos días, y coincidiendo con el aniversario de su muerte, Mariana se me apareció para contarme una historia, como lo hacen además los fantasmas elegantes, al abrir un libro de entrada de expósitos de la Casa Cuna del Archivo de la Diputación de Granada mostrado amablemente por una amiga archivera.

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Libro de entrada de expósitos de la Casa Cuna

La historia nos cuenta que Mariana se casa muy joven, tiene dos hijos y a los dieciocho años ya es viuda de don Manuel Peralta. A partir de ahí su carrera política se dispara, se convierte en una pieza indispensable de los movimientos liberales en la Granada del XIX.

Lo que sin embargo aparece en dicho libro es algo mucho más triste:  «En ocho de enero de 1829 entró a las ocho y cuarto de la noche una niña conducida por un hombre y una mujer desconocidos, envuelta en camisa de coco con gorguera bordada con puntas, y en los extremos de las mangas un encaje, mecedor y ombliguera de lienzo. Una mantilla blanca, basta, otra fina de color naranja, con cinta de seda del mismo color… Traía un papel simple de que no estaba bautizada. Al día siguiente se bautizó en la parroquial de San Andrés con los nombres de Luisa Juliana». Según el libro de asiento, la niña era hija natural de Mariana Pineda y de José de la Peña y Aguayo.

La historia es la de millones de mujeres a lo largo de la historia, la de los hijos que no se eligieron

La historia es la de millones de mujeres a lo largo y ancho de la historia, la de los hijos que no se eligieron, los que nacieron de padre equivocado en el momento inoportuno y acabaron en hospicios y casas cuna. El padre de Luisa Juliana era un abogado absolutista, don José de la Peña y Aguayo, amante de Mariana que a la muerte de ésta decide adoptar a la niña y declararla su heredera.

El resto de la historia ya la sabemos, Mariana muere a manos de un verdugo y es enterrada en los alrededores del río Beiro. Casi en seguida corre como la pólvora su fama de heroína y defensora de la libertad. Una libertad negada en sí misma, en la de la niña depositada en el hospicio mientras su madre es detenida una y otra vez. Otra vez la historia de las mujeres que luchan por la libertad que se les arrebata a ellas mismas.

(*) Libro de entradas de expósitos de la Casa Cuna (Signatura 7628). Archivo de la Diputación de Granada

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