«¿Eso es una cosa como de bibliotecas, no?», «Archi… qué?», «¡Ah, de archivos, archivista!», «¿Y eso dónde se estudia?»… Y así hasta el infinito y con variaciones múltiples cada vez que tienes que explicar a qué has dedicado tu vida profesional. Es verdad, somos una profesión raruna, y únicamente no me sentía un bicho raro cada vez que opositaba al cuerpo y éramos capaces de llenar una facultad sevillana entera. Allí, cientos y cientos de bichos rarunos cociéndonos en nuestro jugo al vapor de Sevilla en junio, dejándonos los sesos en inverosímiles exámenes tipo test donde siempre preguntaban algo relacionado con el tono de verde pantone exacto de los logos de la Junta.
Cada nueve de junio,en lugar de encomendarme a Fray Leopoldo, trato de celebrar el día de los archivos de alguna forma. Cuando formaba parte del gremio participé en las actividades que cada centro realizaba en la jornada de puertas abiertas. Después, he tratado de ir aunque fuera a investigar o a dejarme caer ese día en alguno de ellos. Ayer coordiné a la directora del Archivo Histórico Provincial y a las maestras del curso de mi hijo para realizar una visita, cincuenta niños de cuarto de primaria divididos en dos tandas que prestaron atención a las explicaciones del archivero y recibieron con alegría el material que se les había preparado.
Los pueblos de sus abuelos son casitas apiñadas en el Catastro de Ensenada
Descubrieron que la forma de ver cómo fue Granada hace muchos años era a través de las fotografías que allí se conservan, descubrieron que los pueblos de sus padres o abuelos son apenas un par de casitas apiñadas en los dibujos del Catastro de Ensenada y que hay fotografías aéreas tan reales que parecen mapas y viceversa.
Pero un archivo no sólo sirve para recrear la historia y perderse en ensoñaciones de fotografías en sepia y letra procesal. He asistido con rabia e impotencia a la lectura de cartas de familiares que buscaban a un padre o un abuelo desaparecido en 1936 para no dejar rastro, y que peinaban archivo por archivo en busca de cualquier dato por mínimo que fuera.
No hay nada más vivo que un archivo porque cada documento es único
He visto cómo se reagrupaban familias de niños que se dieron por muertos hace cincuenta años gracias a la búsqueda minuciosa en libros de registro de casas cuna, y cómo pleitos por cuestiones de lindes se solucionaban al cabo de muchos años de no encontrar el documento que acreditara las propiedades y hallarlo por fin entre otros miles. No hay nada más vivo que un archivo, porque cada documento es único y porque habla de la existencia de personas reales, porque un archivo es un garante de los derechos democráticos además de una fuente incuestionable de la Historia. Ayer en Twitter se movía el hashtag #OrgulloArchivero, y un tuit resumía perfectamente la cuestión:
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