No seáis malpensados. Lo que se os está ocurriendo sólo se consigue a golpe de melena rubia y lisa, y no es mi caso. Corren estos días raudos entre noticias, bulos, confirmaciones, abdicaciones, coronaciones y miles de horas de informativos especiales y mesas redondas de tertulianos de todos los colores, mejor dicho, bicolores o tricolores. Me viene a la memoria la proclamación de Juan Carlos I y recuerdo una tarde fría y oscura de noviembre en la que no pusieron programa infantil después de la carta de ajuste. Yo pasaba la tarde en casa de mis abuelos maternos, un piso lóbrego y triste de un callejón del centro de Granada, y en la televisión en blanco y negro sólo había imágenes incomprensibles de gente mayor muy seria.
Me viene a la memoria la proclamación de Juan Carlos I y recuerdo una tarde oscura y fría de noviembre
Mantengo vivo el recuerdo porque mi abuela supo aguantarme toda la tarde con paciencia diciéndome que, de un momento a otro, le pondrían al rey en la cabeza la corona aquella que reposaba sobre un cojín. Yo tenía solamente tres años recién cumplidos, pero tengo recuerdos vívidos de la muerte de Franco y de las primeras elecciones. Más tarde, en plena Transición, mi aprendizaje monárquico se desarrolló en una peluquería de la calle Ganivet, donde mi madre pasaba la tarde de los viernes debajo de unos secadores de esos como del espacio. Como hacían mucho ruido y había varias señoras debajo de cada uno hablaban muy fuerte comentando las noticias del Hola! y del Semana. Hablaban mucho de Julio Iglesias pero el nombre que a mí mas musical me sonaba era Balduino. Balduino y Fabiola. Ni en la opereta más trasnochada hubieran aparecido protagonistas con semejantes nombres.
Pero mi encuentro con el Rey se produjo en el depósito de un archivo de unas dependencias del Estado en un lugar tan secreto que no se puede ni decir. Sí, en otra mañana igualmente lóbrega, fría y otoñal hube de permanecer en ese sótano durante horas elaborando un informe completo de dicho lugar y de la documentación que custodiaba. Legajos y legajos de documentos deformados por la humedad, telas de araña y un tubo fluorescente. Y de pronto unas cajas allí muy altas con el rótulo «Confidencial». Yo no sé vosotros en mi lugar, pero yo me encaramé allí y abrí las cajas, claro que las abrí. Sí, documentación muy confidencial sobre visitas de los Reyes a Granada en los años más negros de ETA.
Mi encuentro con el Rey se produjo en un lugar tan secreto que no se puede ni decir
Dispositivos de seguridad, planes de evacuación, mapas del subsuelo de la ciudad y hasta información de los grupos sanguíneos de ambos monarcas que, de normales que serían, ni me acuerdo. Lo que más recuerdo era que imprimieron más tarjetones de la cuenta para la cena de gala en el Alhambra Palace, porque había un ciento, o que lo más granado de Granada no acudió al evento y sobraron. Recomendaba traje largo para las señoras y frac o chaqué para los caballeros.
Todo en un lamentable diseño gráfico sobre unas cartulinas de trama semibrillante con una corona impresa. Si cualquier monárquico lector del ABC llega a ver el estado de las cajas y se lee el contenido quizás hubiera tenido un golpe de realidad.
No sé si debería haber contado esto, no sé si vulnero algún tipo de secreto oficial. Sé que al proclamarte funcionario o como se llame tienes que prometer decoro y discreción, especialmente en mi gremio, pero yo nunca llegué a ser funcionaria, y ahora tampoco soy archivera. Ni monárquica, así que…
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