24
junio

Granada en Festival

Programas del Festival de Música y Danza de finales de los ´50

Programas del Festival de Música y Danza de finales de los ´60

Los documentos de los archivos, como testimonio  que son de la actividad de las personas y de las administraciones, suelen ser feos y burocráticos, y además en la mayoría de los casos son reflejo de cosas tristes y farragosas. Solamente la pátina del tiempo les da un aire venerable y distinguido, y el lenguaje pretérito puede dar lugar a chistes sobre el tema. Confieso que me he reído muchísimo leyendo crónicas de terremotos, inundaciones o plagas del campo de hace cientos de años.

La carta de licores del ambigú del Festival tenía extensión de guía telefónica

A veces ocurre el milagro de un documento simpático y divertido como uno que encontré en mi último lugar de trabajo, un papelito bastante cursi donde se daba cuenta del ambigú del Festival de Música y Danza de finales de los ´60.  La carta de licores tenía una extensión de guía telefónica. Anises, coñacs, whiskys, vinos, ginebras… cada uno con varias marcas distintas y sus precios correspondientes. También venían los precios de los bocadillos, y resulta que había de dos tipos de jamón, jamón corriente y jamón especial. Eso trasladado a un entorno tan pijo y elitista como eran los Festivales en esos años no deja de tener su aquel. Si ya de por sí era un lujo asistir a aquellas veladas de gala, una vez allí dentro volvía a existir un doble rasero para el jamón. Así que habría ricos corrientes y ricos especiales.

Yo tuve la suerte de tener un padre melómano que me llevaba desde pequeña a los Festivales. En esos momentos yo iba a regañadientes, y me aburría tanto que me aprendí de memoria las columnas de Carlos V, y en una representación insufrible de Giselle llegué a contar los cipreses que había detrás del escenario, allí, sentada aguantando el chaparrón como una Leonor cualquiera. Con el paso de los años recordé que aquellos señores eran Menuhin o Edmon Colomer.

En una representación de Giselle llegué a contar el número de cipreses del escenario

Hubo de pasar tiempo para que yo volviera por mi propio pie a pisar un Festival. Saturada de rock and roll, si es que eso puede llegar a suceder, volví mis ojos hacia el regazo maternal de la música clásica y entonces cambié los conciertos del Zaidín por colas interminables para ver al Orfeón Donostiarra en Manuel de Falla, Radio Futura por los cantos mozárabes en la Catedral y Lagartija Nick por la OCG.

Hoy he rebuscado en mi estantería de las herencias recibidas y he encontrado dos programas del Festival. Eran algo increíble, magníficas fotografías de los artistas a cargo de fotógrafos tan grandes como Gyenes o Torres Molina, unos libros enormes editados en la fábrica de Heraclio Fournier en Vitoria  que reflejan todo el glamour elitista de aquella época. Si bien el Festival sigue teniendo ribetes de mantón de Manila y tacones altos por las avenidas de cipreses ya nada tiene que ver con aquello. Se puede ir en zapatillas, la música siempre es música, y que yo sepa, ya sólo hay jamón de una clase.

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