«Documento es el testimonio de la actividad del hombre fijado en un soporte perdurable que contiene información» (Antonia Heredia. «Archivística General, Teoría y Práctica»)
Me he pasado la vida estudiando sesudos manuales de archivística y oposiciones imposibles en las que el tema uno solía ser la definición de documento.
A continuación, y para que uno no se despistara pensando en legajos y pergaminos se añadían como ejemplos las tablillas de arcilla sumerias o las cintas de cassette. Como más sabe el archivero por viejo que por archivero, a lo largo de los años encontré documentos impagables testimonio de la actividad del hombre. Ya hablé por aquí de los muestrarios de telas antiguas que se conservan en el Archivo Histórico Provincial. Y en el Archivo del Patronato de la Alhambra había trocitos de lona y de cuerdas como muestrarios en la correspondencia relativa a la conservación del monumento. Un compañero siempre me contaba que al abrir una caja en el Archivo de la Real Chancillería apareció un sujetador, al parecer prueba irrefutable durante un procedimiento judicial. Y luego están los archivos de piezas de convicción de los juzgados, adonde he visto bajar arpones de cazar ballenas, bicicletas robadas y todo tipo de objetos inverosímiles, pero esa es otra historia.
Hoy he encontrado fideos. La caja estaba allí arriba, sin abrir desde hacía cien años y correspondía a Beneficencia, el gran fondo de Archivo de la Diputación de Granada. «Suministros de Beneficencia», rezaba el tejuelo. Y he cogido las escaleras, y me he subido, y he desatado cintas y cintas, y de pronto, una bolsita que parecía contener gomas viejas resquebrajadas por el tiempo. Eran fideos, fideos de la fábrica de un tal Roque Rivero que fabricaba pastas finas y para sopa que enviaba muestras a la Diputación en los albores del siglo XX. El tal Roque si consiguió la contrata tuvo suerte, imagino que la sopa de fideos era un menú fijo en los numerosos establecimientos de la Beneficencia de entonces, el Hospital de San Juan de Dios, la Casa Cuna, el Hospital de San Lázaro, el Hospital de Dementes y otros. Esa legendaria sopa de beneficencia que ha consolado los estómagos españoles desde hace siglos, y que de nuevo ha venido a golpear nuestra realidad cotidiana. Por cierto, la fábrica estaba en la calle Párraga, número tres, recuérdenlo al pasar.
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