«Catástrofes y calamidades». Esa fue la primera serie documental que una archivera paciente y confiada de la Diputación quiso poner en mis manos al día siguiente de empezar a ser becaria y ni siquiera sabía aún qué era una serie documental. Luego descubrí que el tema se ramificaba, había miles de papeles que se iban agrupando ellos solos por temas, como por ejemplo «Plagas del Campo» o simplemente «Cólera morbo».
De la mano de las epidemias y las enfermedades entré en el mundo de la archivística, así de simple. Sí, pasé varios meses organizando expedientes de enfermedades que arrasaban por igual a personas, animales y plantas, plagas de orugas que se comían los almendros en la Alpujarra, cóleras que mataban cada día a decenas de granadinos en sus propias casas, o en hospitales barrocos de techos catedralicios donde las camas se sucedían en filas interminables. Camas que poseían cada una un recipiente debajo para recibir las diarreas interminables que en el curso de varios meses acabaron con buena parte de nuestros paisanos en varias oleadas sucesivas a mediados y finales del XIX.
Estadísticas interminables que detallaban las defunciones diarias y los partes de entrada en los hospitales, abundantes tratados médicos sobre la enfermedad e incluso folletos con remedios medicinales absurdos como el alcanfor. Documentos y documentos, guardados sin duda para dar testimonio del impacto que supuso en una sociedad ya de por sí azotada por la miseria y el hambre la aparición de una enfermedad que se extendía con una increíble facilidad y que apenas dejaba de plazo una semana para despedirse de familiares y amigos.
En las fichas se hacía constar, además de los síntomas, las características morales de los enfermos, como si su manera de vivir ya les convirtiera en sospechosos de su enfermedad
He visto también como llegó al Archivo Histórico Provincial, dentro de su cajonera original de madera maciza proveniente de los sótanos lúgubres de la Delegación de Salud, el fondo que dejó el Dispensario Antituberculoso. Eran centenares de fichas de color rosa con centenares de nombres de personas que fueron objeto de aislamiento y prevención. Fichas que abarcan desde la posguerra hasta entrados los ´70, y donde se hacía constar, además de todos los síntomas de los pacientes y de sus familiares, también las características morales de los enfermos, como si su manera de vivir ya les convirtiera en sospechosos de su propia enfermedad.
Y libros, libros gigantescos con registros semanales de cada uno de los pueblos de la provincia donde se anotaba meticulosamente cada caso registrado de enfermedades tan olvidadas como el coqueluche, la tracoma, la lepra, la septicemia puerperal, disentería, tifus o carbunco. Libros cuyo último asiento es de hace apenas cuarenta y pocos años. Vaya, de cuando las enfermeras llevaban una cofia almidonada a modo de protección y trabajaban a pelo, como mis dos tías enfermeras del Hospital de San Rafael a las que no conocí porque se las llevó la tuberculosis de las fichas de color rosa antes de que yo naciera.
Un dèja vú lo tiene cualquiera, como yo ahora.
Soy fan, fan total de este blog. Creo en las pequeñas historias y disfruto mucho cuando están tan bien contadas. Felicidades.
Silvia González
Muchas gracias Silvia. Ya lo hemos comentado muchas veces, que nos gustan las historias pequeñas, la gente anónima y los pasados más o menos remotos. Abrazos.
Carmen Robles