Hace ya tiempo que tuve un novio arquitecto. Con bigote. Por él las madrugadas se hacían más llevaderas y los días menos largos. Releía sus cartas una y otra vez buscando descifrar mensajes ocultos en su letrita de tinta azul apresurada. Le ordenaba la correspondencia, le clasificaba los libros y durante algún tiempo su diario de obras descansó encima de mi mesa.
Yo le pasaba los dedos despacio por el lomo, y de vez en cuando lo abría y respiraba el aire que batían sus páginas que yo iba pasando de manera tierna y sigilosa. Alguna que otra vez escudriñé en su diario personal, y encontré manías que me enternecieron aún más, pero que también me dejaron entrever lo que ya sospechaba, que tenía cierta tendencia al aislamiento y la soledad y a rebelarse contra un mundo que él se empeñaba en transformar a golpe de escuadras y compases.
En esta ciudad donde otros Leopoldos son objeto de veneración y peregrinaje, el arquitecto apenas tiene un callejón de guijarros
No hubiéramos sido felices. Yo soy más bien dada a la molicie, y él abominaba de los lujos y las comodidades fruto de sus orígenes castellanos. Comprendí un poco mejor la arquitectura gracias a sus fotos en blanco y negro, y de él me enamoraron su conciencia social, su afán por crear archivos y bibliotecas, y su manía de riscar por las mesetas buscando la salvación de los muros antiguos.
En la época de nuestro amor él llevaba muerto más de cincuenta años pero nunca me importó demasiado. Cuando la vida nos separó seguí buscándolo en las huellas de los muros, en los ladrillos añadidos sin pudor pero también sin engaños ni artificios, en los vaciados de materiales, en las cubiertas puntiagudas y en los milagros de sebkas casi impresionistas.
En días como hoy, con la lluvia batiendo los castaños del bosque, he vuelto a encontrarme con él. En esta ciudad donde otros Leopoldos son objeto de veneración y peregrinaje, el arquitecto Leopoldo apenas tiene un callejón con suelo de guijarros oculto entre bloques de hormigón, y como tampoco posee estatua hay que hacer eso, buscarlo en todos los muros que aún hoy lo son gracias precisamente a él.
Gracias, Carmen, por este entrañable artículo sobre Torres Balbás.
Sé poco de la Alhambra, de arquitectura, … pero hace años que me «fijé» en este hombre, discreto y concienzudo, al que debemos la Alhambra que actualmente disfrutamos. Lo conocí un poco más el año pasado, en la exposición del Carlos V.
Me gusta decir que don Leopoldo fue el «productor» de la actual Alhambra, igual que George Martin fue el «productor-creador» de The Beatles.
Antonio Rodríguez Vázquez
Vaya, don Leopoldo el George Martin de la Alhambra… Entonces Modesto Cendoya fue Yoko Ono?
Carmen Robles
Precioso comentario, Granada debe su imagen e historia a este Leopoldo. Aunque el otro pequeño Leopoldo no molesta. Un saludo elegante, como lo era este Leopoldo.
eladio
Gracias, Eladio. Efectivamente, el otro Leopoldo no molesta nada, pero este es taaaan grande que se merece un reconocimiento que esté a su altura. Otro saludo elegante,
Carmen Robles
En mi futuro libro POPULUS ALHAMBRENSIS… tendrá su adivinanza:
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A aquel león de la Alhambra
de todo polvo libró;
la carcundia de Granada
nunca se lo perdonó.
Manuel M. Mateo
Polvo será, más polvo enamorado, Manuel. Saludos.
Carmen Robles
Ja, ja, «…la culpa de todo la tiene Yoko Ono…», como cantaba Def Con Dos.
Aparte de Cendoya, la «carcundia de Granada», como bien dice Manolo Mateo, criticó (y todavía critica) a don Leopoldo. Saludos.
Antonio Rodríguez Vázquez
[…] dimensión humana de la Alhambra ya la comprendió Leopoldo Torres Balbás, mejorando en cuanto pudo las condiciones de los trabajadores del Patronato, e inviertiendo quizás […]
Atrio. De entrada, si. |