01
diciembre

Lecciones de respeto

Lapido-Quique-González

Lapido y Quique González, en el Auditorio Manuel de Falla, con su gira ‘Soltad a los perros’. Foto: Emilio Morillas.

Yo siempre digo que tener un hijo es el arte de improvisar todos los días. La estrategia para que no tarde en irse a la ducha  que ha funcionado durante meses puede que mañana ya no sirva y haya que inventarse nuevas formas de negociación. Lo que durante años fueron mentiras y estratagemas hay que derivarlas en la preadolescencia en razonamientos múltiples y pactos inquebrantables. Nunca se sabe en qué estamos fallando, qué podemos estar haciendo mal, qué carencia dejará una huella para siempre en ese futuro adulto que a día de hoy arrastra mochilas con ruedas y destroza zapatillas sin ton ni son. No sé si es bueno el hecho de que me alegrara verlo tomar distancia del fútbol, arroparlo en su ignorancia hacia los cromos de los jugadores o enorgullecerme de que despreciara los objetos con el merchandising de los grandes equipos. En casa siempre sonaron más los nombres de los compositores del barroco que cualquiera de la alineación del Real Madrid, y las tazas del desayuno tienen fotos de los Beatles y no escudos de equipos de primera.

El fútbol aquí es un juego de placeta de barrio, una ilusión de gritar goles en las noches de verano de hace varios años, poco más

El fútbol aquí es un juego de placeta de barrio, una ilusión de gritar goles en las noches de verano de hace varios años, poco más. Desde siempre cualquier sitio donde se hiciera música fue la prioridad. Unas veces ha sido el auditorio del Conservatorio, otras el propio Manuel de Falla, la corrala de Santiago o el teatro de Beiro. Nos ha dado igual Bach que la zarzuela, Lapido que Mozart. El caso ha sido encontrar siempre los huecos y los espacios donde hubiera música. Porque como decía Jesucristo, cuando dos o más se reúnen en su nombre, allí está ella en medio. La música, digo.

Entrar en algún sitio donde se va a hacer música siempre implica algo de respeto y reverencia. A mí de pequeña me llevaron una vez a Los Cármenes y el recuerdo que tengo es el de un tipo congestionado y rojo que no paró de gritar la palabra «carapolla» todo el tiempo. Por suerte me llevaron muchas más veces al Palacio de Carlos V y aprendí que, aunque en ese momento me pareciera un truño la Pastoral, aquello debía de merecer la pena dado el silencio y el respeto que me rodeaban. Por eso, sucesos como los de este fin de semana me refuerzan en mi idea.

El viernes tuve mi cita casi obligada con el maestro Lapido, esta vez acompañado en la gira «Soltad a los perros» con el inmenso Quique González. Las crónicas de los críticos musicales abundan en todos los medios y  yo por más que lo intentara no sabría hacerlo en la vida. Solo puedo decir que la palabra que me vino durante el post concierto fue «respeto». Dos bandas en un escenario que no hicieron sino respetarse todo el tiempo, músicos cómplices entendiéndose con las miradas, cediéndose los tiempos, enterrando los protagonismos y haciendo un trabajo de equipo impecable. Un público respetuoso, con los músicos y entre los dos equipos que jugaban. El equipo visitante, respetuoso con los de Lapido, que jugaban en casa, y viceversa.

Siempre dicen que el rock no es sano, pero creo sinceramente que el fútbol mata más. Por eso he optado por dejar a mi hijo en las manos de los músicos y enseñarle que para gritar con rabia, mejor en un concierto que en las gradas de un estadio.

* Fotografías cortesía de Emilio Morillas.

Carmen Robles
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Carmen Robles (Granada, 1972). Archivera sin archivo, historiadora del Arte, investigadora a ratos. He trabajado en el Archivo Histórico Provincial y en el Archivo del Patronato de la Alhambra. Me interesan las ciudades, con sus museos y sus bares.

Comentarios en este artículo

  1. Muy buena entrada, Carmen. Leyéndote también me viene la palabra «respeto». Siempre grande Lapido.

    Paco Cárdenas
    • Gracias, Paco. Me alegro de que te haya gustado. Salud y música.

      Carmen Robles

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