Jamás pensé que alguna vez reivindicaría las figuras del humor casposo tardofranquista, de aquellas películas cuyo sonido reverberaba en el ojo de patio en las sobremesas del verano, cuando las ventanas abiertas hacen aún más si cabe obligatoria la convivencia en un bloque de vecinos. Parece que estoy viendo a mi madre morirse de risa imitando a Gracita Morales, exagerando mucho el acento mientras removía el café de la sobremesa y se fumaba uno de aquellos Lola que tenían un paquete marrón y rojo y una tipografía que hoy sería hipster y modernísima. Pensaba escribir sobre las miserias que se nos ocurren en enero, víctimas de la sobrealimentación occidental y de las comidas navideñas, de comer manteca de cerdo mezclada con harina envuelta en celofán de colores. De como en pocos días los escaparates y la publicidad nos acosarán con cuerpos al descubierto y ropa liviana que cuestionarán nuestra manera de vernos. Pero la verdadera razón es que episodios como el vivido ayer me han hecho darle la vuelta a la cuestión, a que de pronto todos hemos caído en la cuenta de que el sentido del humor -el ácido, el corrosivo, el mordaz o incluso el cruel- son privativos de la cultura occidental. De una cultura que con sus errores y desatinos, sus terribles contradicciones y sus hipocresías más profundas es capaz de reírse de todo, incluso de sí misma, y de defender con la risa los valores de aquellos que la están atacando. De la cultura del cómic, del cine bueno y del cine malo, de la libertad de expresión, de la minifaldas y los bikinis, de las revistas de colores que se despliegan en los quioscos y de la Libertad de Elección de Carne en cualquier supermercado. De la educación universal, de la valoración de la infancia como paraíso y no como una espera hasta que los brazos soporten el peso de un AK-47. El bikini, el cigarrillo Lola en los dedos de una madre, las viñetas de los tebeos, los pintalabios de MAC, los dibujos animados y las librerías llenas de cuentos, los conciertos al aire libre y el rock and roll, las bibliotecas y el arte contemporáneo. Vacunas contra la intolerancia u objetos legendarios en unos años.
08
enero
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